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Dra. Mª del Mar Ferré Rodríguez

“EL MUNDO SE HA HECHO PEQUEÑO”

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Con esta frase, en mi opinión, magistral, respondía D…, un niño de 10 años, a la pregunta ¿qué ha representado para ti la pandemia, qué ha cambiado en tu vida?

D… vive en un municipio pequeño, pero su casa no lo es y, además, dispone de espacio para jugar al aire libre. Aún así, él siente que “el mundo se ha hecho pequeño” porque estaba acostumbrado a viajar y visitaba con frecuencia a parte de su familia que vive en el extranjero y, ahora, no puede hacerlo.

D… ha sido capaz de expresarlo, de verbalizarlo, dando explicaciones muy coherentes, pero no todos los niños son capaces de hacerlo. Hay diferentes respuestas y, según el temperamento del niño, algunos puede que tiendan a aislarse aún más en su mundo de emociones y sensaciones, mientras que otros, al no poder racionalizar la situación, pueden llegar incluso a presentar conductas disruptivas.

Durante el confinamiento de la primavera, todos nos sorprendimos de la capacidad de adaptación, de la respuesta de los niños, de su resiliencia, que muchas veces superaba a la nuestra. En ese momento, tanto ellos como muchos adultos pensábamos que era una situación “provisional”, que cumpliendo a rajatabla, en verano, volveríamos a tener una vida prácticamente “normal”.

A medida que han ido pasando los meses, hemos podido comprobar que no va a ser tan fácil ni tan corto y ha ido cundiendo el desánimo, el miedo y la incertidumbre en muchos adultos (aumento de patologías psicológicas y psiquiátricas y desajustes biológicos), pero también en muchos niños.

Los niños han estado expuestos a una sobreinformación, que la mayoría de las veces no pueden digerir y, además, hemos de recordar que son “esponjas”, capaces de captar, de empaparse de nuestros estados de ánimo y no tienen la capacidad de análisis, de racionalizar la situación que tenemos los adultos. Resulta difícil mantener el tono positivo, pero hemos de intentarlo y transmitir esperanza.

Hemos pasado de vivir en un mundo global, en el que no había distancias ni fronteras, a vivir realmente en un mundo muy pequeño, cuyos límites están incluso dentro de nuestra propia familia.

P… tiene 5 años y no entiende por qué ahora ya no puede abrazarme si antes siempre lo hacía. Tampoco entiende por qué el sábado no quisieron venderle un peluche en el supermercado “porque no era un artículo de primera necesidad”. ¿Cómo vive P… estas situaciones? ¿Siente que le estoy rechazando, él que es un niño tan cariñoso y al que le gusta y necesita tanto abrazar? ¿Se sintió agredido cuando la cajera del supermercado le arrebató el peluche, mientras que a su madre le vendió todo un carro lleno de artículos?

Pienso también en los adolescentes. Los padres que tenemos hijos adolescentes nos estamos “librando” de la parte convulsa de esta etapa, de las discusiones sobre la hora de volver a casa y sobre qué actividades se pueden realizar y cuáles no. Pero la verdad es que da mucha pena que tengan que vivir así esta etapa tan importante.

Ante las dificultades para socializar que tienen nuestros hijos, nos hemos visto obligados a ser más flexibles e incluso más permisivos con el tiempo de utilización de los dispositivos electrónicos, aún sabiendo que no es lo ideal.

Es un curso especialmente complicado para maestros y profesores, a sus muchas obligaciones, se ha añadido la de vigilar que los niños mantengan la distancia, que se laven las manos, que usen la mascarilla correctamente, etc, etc.

Por mi parte, les rogaría que, además, tuvieran en cuenta la disposición de los grupos burbuja para que ningún niño se vea obligado a adoptar posturas anómalas, que podrían incluso condicionar su lateralidad; que sean más comprensivos de lo que ya lo son con aquellos niños que necesitan moverse, con los que les resulta más difícil que a los demás permanecer sentados durante períodos prolongados (reflejos primitivos no integrados), con los que han cambiado radicalmente su comportamiento y también estar especialmente alerta con los que no dan ningún problema, los que viven en su mundo y pasan totalmente desapercibidos porque, a lo mejor, son los que peor lo están pasando. Si no les ayudamos, mucha de esta sintomatología podría derivar en un diagnóstico de trastorno de atención.

 

Publicado el 8 de febrero de 2021